Silencios que duelen más que un grito, hay extensiones de realidad que la poesía puede atrapar como un guiño, un atisbo de la eternidad. Somos herederos de sombras, de fantasmas, de silencios, de voces, de adioses que nos han construido, que nos han ido puliendo letra por letra, hasta conformar una mirada que puede atravesar la soledad y el silencio para reconstruirlos pacientemente, lentamente. En Heredad de sombras, de David Torres G., nos encontramos con la voz de un poeta que se ha empeñado en reconstruir el paso frágil del tiempo, el cáncer que ataca el origen de una mirada, de una voz. Silencios y recuerdos que se caen poco a poco, universos pretéritos que retiene con su voz, con su mirada, con sus pasos que reconstruyen y guían a través de un universo enorme, en donde parece que sólo habita la soledad y el desconcierto. Heredamos y perdemos, construimos sobre bloques sólidos de tierra revuelta por el aire que impasible nos recuerda que el tiempo es una invención; una ilusión que no puede contener todo el esplendor
del alma humana. Pero nada es lo que parece y el poeta nos advierte que el tiempo y la vida son una ilusión, una imagen que se puede transformar, que se puede habitar, aunque se comparta el espacio con sombras fugitivas, voces antiguas, territorios que aún esconden en su soledad secretos punzantes y definitivos.
Javier Moro Hernández