No te asombres lector, ante el hecho de que el libro que sostienes inicia con una de varias letanías, cuyo efecto hipnótico suplantará tu visión para ofrecerte la inequívoca mirada de un poeta: ora fuera de foco, ora metafísica, siempre iluminadora. Arráncate los ojos y permite que esa otra mirada corrompa lo ya corrupto para concederle nuevos significados a lo que te rodea, eso que tus otros ojos, los de antes, los arrancados, no pudieron contemplar. Esta es la estrategia que Jesús de la Garza pone a tu disposición en Óxido silvestre, ópera prima que traza una cartografía elegíaca a través de inquietudes filosóficas capaces de navegar en las aguas de un mestizaje donde múltiples vanguardias poéticas y ensamblajes plásticos comulgan. En sus páginas abunda el tipo de pregunta que por respuesta pretende hallar residuos líricos en sitios donde ni rastros de poesía podían sospecharse, donde con el rabillo del ojo sólo es posible discernir lo que estuvo pero ya no está: ¿por qué pintaste un columpio?, ¿cómo se puede escribir

un río?, ¿cuántos dientes tiene la muerte? Óxido silvestre no sólo es el punto de partida de una visión naciente, sino también el depósito del cual se desprenderán las estéticas futuras de su autor. La poesía de Jesús de la Garza es un sembradío de ojos; a sus surcos ya los nutren varias lenguas. Ahora está en ti, lector, cosechar las palabras y descifrar los alcances de sus idiomas misceláneos.