Lampos da una lección de ritmo, de armonía; su poesía es orografía de sonidos y silencios; su palabra persigue el acento, ad cantus, lo busca en el encabalgamiento y la aliteración; es también poesía de lo femenino, la diosa que ama y quema o que seduce con caricias y su canto; el poeta, sin embargo, no huye de la cera ni del mástil, sino que se entrega a la deriva de su cuerpo. Ahora bien, si la poesía es salvación, también es una selva que se desborda de sonidos y que fluye. Lampos, por lo tanto, representa una algarabía de contrastes, de relámpagos destellos, limpios en el agua de su origen, en la espalda , en las piernas, en el sexo que descubren y describen. Es poesía que nace de la luz y del principio. Sus versos, en ocasiones, tampoco huyen del caligrama y de la breve sentencia. Lampos, de Víctor Baca, debe leerse a media voz, pero cantando.