Ricardo Sevilla es un provocador. Desde sus tiempos en “Mosaico de palabras”, columna del suplemento Arena de Excélsior, Sevilla se caracterizó por una crítica puntillosa. Más de una década después publica Álbum de fatigas, colección de relatos y aforismos que tienen a la ironía, el sarcasmo y la crítica inclemente como aceite de una maquinaria que pone en entredicho la solemnidad de la experiencia literaria. En Álbum de fatigas arremete contra los que escriben mediante trapecismos verbales para subsanar los vacíos intelectuales o vivenciales, además de pasar por cuchillo vicios de la literatura como el recetismo, abanico de fórmulas para buscar la notoriedad literaria. Hay tantos recetas para escribir, dice Sevilla, que ojalá existiera un método para hacerlo de forma sincera y sin ambages. Sevilla aspira a ser un ogro de las letras, un escritor inconveniente en un mundo de literatos cumplidores y formales. Álbum de fatigas lo muestra como un autor cansado de los recovecos literarios, por lo que opta por el desparpajo,
el humor y la autocrítica, conceptos que como dice, resultan "al menos más cercanos a la vida y al sentido común". Ante lo banal del acto literario en un país donde el destino más probable del libro es el polvo, la ignominia y el olvido, Álbum de fatigas apela a la abyección para sepultar la floritura, y al humor negro para derruir el constructo literario. Como el propio Sevilla admite, se trata de un álbum que busca escapar de los fiscales del buen gusto. Y lo consigue .
Omar Nieto