Cuando la realidad enferma, la pluma de Jonathan Minila acude en nuestro auxilio y nos revela que las cosas no tienen que funcionar como creíamos. Sus cuentos abren grietas y agujeros para el que quiera mirar a través de ellos. Del otro lado de la pared, habita un mundo mucho más interesante y divertido que el nuestro. Y a veces, también, aterrador. Allí, las convenciones son retadas por una imaginación singular: los simples objetos domésticos –unas sillas, por ejemplo– cobran vida y acechan a sus propietarios como una jauría; una mano se vuelve la obsesión de su dueño hasta que tiene que ser cortada, y las inundaciones no se manifiestan con agua, sino con narices. Al terminar los relatos de este libro, el lector se reconcilia –no con la cotidianidad–, sino con los de su especie: los inconformes, los diferentes, los hambrientos de visiones. Minila lo sabe muy bien: Todo sucede aquí, en el mejor lugar posible: la fantasía.
Bernardo Esquinca