Este es un libro que se escribió a la luz de las velas. Los poemas se narran desde la penumbra. Los movimientos de la luz y la sombra dejan ver por momentos el sitio donde creemos estar: a veces un jardín en la infancia, luminoso, a veces siniestro; delatan los contornos de ciertos muebles, la escoba de malvas; dejan al descubierto el desconsuelo, el miedo a la vida que pasa, figuras de cuerpos que vienen y van por la vida del ser humano: el padre inexistente, la madre que todo lo ilumina; los seres con quien compartimos posada, visibles y ajenos —a veces al mundo— residen en esta casa llamada El libro de la enfermedad. La enfermedad trabaja en silencio [...] no es golpe de remo en el agua. Y es verdad. ¿Cómo afrontar con palabras aquello que es capaz de trabajar en silencio y destruir lo que antes era hermoso? La condición de estar enfermo puede ser una premisa constante en el trabajo del poeta. Desde el ser vulnerable, en un estado de necesidad uno vuelve a nombrar las cosas. La poesía de Daniel Miranda Terrés cumple
con su labor, redescubre, se pregunta, sucede —con honestidad y con hallazgo— de manera similar a estar en una habitación donde de pronto la luz eléctrica se apaga. Entonces en esa falla, en la oscuridad, el corazón [...] golpea por dentro con la fuerza de una ola, la sangre se hiela, el oído se agudiza, el ojo se adiestra, improvisa. Entonces también la poesía puede ser una casa a oscuras. Me gusta pensar que es así.
Manuel Becerra