“Algunos para matar prefieren las palabras”, advierte Luis Alfredo Gastélum. Matar, serie de objeciones que se le puede hacer a un objeto, concepto, sentido, significado... Caza mayor nos invita a contemplar el instante justo en el que se disuelven las muertes en el brillo del acontecimiento, pues todo asesino es deseo de perdurar en la memoria “la loca de la caza”, usando el placer como arma para aniquilar esclavos; multitudes de seres y cosas numerados en la libreta de un asesino serial encontrada bajo la almohada una mañana más común que de costumbre porque “También Dios tiene sus navajas. Hay una en su ojo derecho/ y otra, su favorita/ envuelta en una toalla”. Dios no es el ser contemplativo que crea y destruye a discreción. Lo indiscriminado es fundamental para que la hemorragia no cese y el lenguaje aniquile lo que aún conserva la vida como recuerdo de antiguas venganzas, como una presa que, sabiéndose perseguida por el furtivo, utiliza su derecho a la inercia, al silencio, pues no hay presa más sagrada que aquella
que se entrega en fondo y forma al deseo del crimen más oculto. Así que guardemos el deseo de posteridad para otro momento, y adelante.
Álvaro Luquín