Hermana he llegado a Borneo para olvidarte. Con estas simples palabras, el poeta austriaco Georg Trakl se dirige a quien representa la pasión más grande de su vida. Lo hace mientras se interna en aquellas selvas oscuras, donde llueve casi 300 días al año y donde existen serpientes voladoras en continua metamorfosis, pirañas que no alcanzan a medir un centímetro y templos donde tanto los cánticos como los enmudecimientos, provienen de un incienso que se produce en la garganta de los sacerdotes. Pero las preguntas surgen de inmediato entre la niebla como una tercia de gallos de pelea: ¿Por qué Trakl no desea vivir en su país? ¿Eran tan profundos el dolor y la culpa desencadenados por su hermana Grete? ¿Tanto pánico le producía el estallido de la guerra? El poeta no sólo era adicto a la cocaína: también lo era a la cobardía. Quizá por eso caminaba dentro de un ataúd similar a un abrigo, con sigilosos pasos de fantasma.
Francisco Hernández