Entre la realidad y el ensueño se encuentra el nebuloso territorio donde la memoria se confunde con la imaginación, pero también donde se alza un bosque quizá llamado Desaliento o un páramo de ocres que algunos fantasmas describen en murmullos. Aquí, la palabra callada de los espectros y allá, los recodos donde se esconden anécdotas que nadie sabía verificar aunque se girasen en torno de nombres conocidos, autores memorizados por lecturas entrañables o los libros mismos que se han tatuado en nuestra memoria como bibliografía compartida. En estas páginas cabalgan intactas las literaturas –que no libros sueltos– de Juan Rulfo, Juan José Arreola, Francisco Tario y todos los heterónimos que les hemos añadido al signar con su lectura un pacto de multiplicación infinita. El sortilegio se debe –sin exageración ni hipérbole– a la perfecta ocurrencia que sale en la tinta de Fernando de León, un hombre de letras que no precisa mejor identificación que la que demuestra su exquisita prosa, su desbordada imaginación y la amabilidad
con la que es capaz de engañarnos en un callado con- cierto de sensibilidad. De León sabe que los escritores y sus fantasmas se dedican –incluso, más allá de la muerte– a hacer escritores, que en realidad se hacen por sus futuros lectores. Oser Serón es un libro que al llegar a la última de sus líneas, el lector inevitablemente recorre de nuevo la primera página como quien continúa una aventura interminable.
Jorge F. Hernández